En mi último día en una misteriosa ciudad mediterránea donde hay un partenón, y con unas cuantas fotos nuevas que sumar al proyecto que ahora me ocupa, medito acerca de cómo trabajan los arqueólogos.
Ya lo vi en Egipto hace años. Los arqueólogos tienen como objetivo final, cuando se trata de antiguas construcciones demolidas, el reconstruirlas. Para ello recogen todos los trozos, grandes o pequeños, que están en el área de influencia del yacimiento. Ponen todas las piezas de su puzzle 3D en algún lugar en el que puedan verlas todas. Luego las agrupan en función de criterios como el tamaño, color, el material, si tienen inscripciones, relieves, dibujos o lo que sea. Cualquier pista es buena para agrupar los pedazos de lo que se quiere reconstruir. Analizan restos de materia orgánica, bacterias, hongos, restos humanos, sedimentos de lluvia, erosión del viento, acumulaciones de hollín, y muchas otras cosas. Una vez que han hecho la catalogacíon de las piezas con todos los criterios científicos y racionales de los que son capaces, se enfrentan a la titánica tarea de tratar de juntar una piedrecita con la de al lado. Y para eso, una vez agotados los recursos tangibles, no les queda otro método que el siguiente: pasear durante temporadas indefinidas -que pueden llegar a ser décadas- por entre las piezas, tratando de memorizarlas, o mejor dicho, de interiorizarlas profundamente y esperar que una infrecuente combinación de intuición, suerte, inspiración y muchos conocimientos acumulados, les lleve a conseguir poner en pie lo que ven desparramado por el suelo.
A menudo saben lo que están tratando de reconstruir, y cuando es así, lo tienen un poquito más fácil. Saben que es tal o tal templo, que debe tener tantas o tantas columnas, que lo normal es que tal inscripción vaya arriba o abajo, o cosas así. Suelen disponer de información contextual o simplemente previamente conocida que les puede indicar más o menos por dónde ir. Pero al final, construir, lo que es construir, es el resultado de una casi mágica coincidencia de factores dispersos que en algunos momentos se alinean. Requiere de enorme paciencia, concentración y fe en uno mismo.
Ya estamos con las metáforas y las parábolas. A ver cuál es la conexión con la fotografía.
Allá va.
A mí, y sé que no sólo a mí, me pasa lo mismo con los proyectos más interesantes. Con aquellas historias que tengo claramente asentadas en mi cabeza, pero cuya forma narrativa aún está en una nebulosa. Me pasa con esas historias que, o no me han contado antes, o que me las han contado de una manera poco convincente, por lo que quiero descubrir otro modo de hacerlo.
Primero, sé más o menos lo que quiero contar. Pero tengo que trabajar mucho para conseguir las piezas, que son las fotos. Hay que salir a por ellas. Al contrario que Fontcuberta, creo que no todo está en Flickr. Una vez que voy teniendo material, lo voy catalogando y tratando de hacer grupos. Finalmente acaba en copias de 10 x 15 en mi pared metálica con imanes y ahí se pasan meses. Cda vez que paso por delante miro y cavilo. Poco a poco algunas fotos van cayendo y otras permanecen. Después de haber hecho todas mis cábalas, aplico la lógica y el raciocinio hasta donde es posible y llegan mis conocimientos, pero hay un momento en el que me encuentro desvalido y con vértigo ante lo que sé de buena tinta que es algo en potencia, pero que hasta que no lo construya no es nada. Necesito encontrar la narrativa, buscar las piezas que encajan entre sí. Y no, no es aleatorio, porque en realidad las historias, todas las historias tienen una única mejor forma de contarse. Igual que el arqueólogo podría construir una caseta del perro con sus piezas, pero no se rinde hasta que no reconstruye el templo que se había propuesto, nosotros debemos aguantar, ser pacientes y estar seguros de que hemos encontrado la manera de contar nuestra historia. Si juntamos mal las piezas, puede que contemos algo, pero si no es la manera correcta, contaremos un chiste, algo falso, o en el mejor de los casos, una historia aburrida.