La fábula del velero que no necesita viento.

La fábula:

Después de 30 años trabajando duro y de haber pegado algún pelotazo, decidió que ya era hora de cumplir su sueño de siempre: abrir su propia Galería. Organizar inauguraciones, cenar con grandes artistas, ser amigo de coleccionistas y viajar en primera clase a Kassel y la Bienal de Venecia.

Alquiló un enorme local en una de las mejores calles de su ciudad y programó las exposiciones para los dos primeros años. Durante este tiempo, sólo expondría a artistas consagrados cuya obra estuviera cotizada en no menos de 30.000€.

Al mismo tiempo creó una cantera de artistas locales que vendía mucho más baratos, pero que iría posicionando para cuando llegara el momento adecuado. Los artistas canteranos tendrían que hacer un esfuerzo para no sucumbir a los encargos comerciales, porque devaluarían su propia cotización. Formar parte del escogido grupo de artistas de La Galería no era para cualquiera.

Después de más de doce exposiciones con grandes figuras internacionales, ya asentada la calidad de La Galería, el público y los coleccionistas eran conscientes que en La Galería no se andaban con chiquitas. La Galería se convirtió en un referente de calidad. Por cada asistencia en una feria internacional, la cotización de los artistas canteranos subía un 15%. La inversión del galerista empezó a reportar beneficios económicos a partir del 4º año. Después de tantos años en el mundo de los negocios y codeándose con las élites culturales, hacer dinero con la intangibilidad del arte le resultaba relativamente sencillo. El Galerista ya sabía cómo reacciona la gente frente a lo exclusivo: acabarían endeudándose para comprar obras que, según los informes de los brokers de arte y las estadísticas de las casas de subastas no podían bajar de valor en ningún caso.

El negocio era igual que todos los demás: invertir en garantizarse el prestigio, comprar barato y vender caro.

En el caso de los artistas que usaban la fotografía como medio de expresión, había que entregar un certificado de autenticidad y un contrato en el que La Galería garantizaba que no se harán más copias que las anunciadas en el catálogo. Si al becario del taller de impresión se le ocurriera imprimir copias fuera de horas de trabajo y venderlas por su cuenta, podrían denunciarle.

El Galerista, junto a otros Galeristas, estaba subido a un velero que se movía gracias a que todos soplaban sobre la vela al unísono. El Galerista estaba mareado de tanto soplar, pero sabía que si paraba lo tirarían por la borda.

Los hechos:

Andreas Gursky vendió la semana pasada, la foto más cara de la historia, por 4.330.000$.

En Christies están subastando un lote de copias de época y firmadas por  Cartier Bresson, a partir de 5.000$.

El director de cine/artista Ben Lewis nos muestra en este pequeño documental-entrevista cómo es Andreas Gursky. Dura 23 minutos, pero si queréis saber qué pinta tiene esa barca, es mejor que no os lo perdáis.

2 respuestas to “La fábula del velero que no necesita viento.”

  1. Mauricio López Says:

    Sr. Spottorno. Interesante reflexión. Estupendo documental. Un entrevistador-artista en busca de respuestas que lo ayuden a salir de su perplejidad ante la aparente complejidad del arte contemporáneo. Las respuestas de Gursky han estado inmejorables: P:Qué tienen los artistas de Dusseldorf en común?
    R: su objetividad. P: y por qué debe ser el arte objetivo? R: porque no es arte. He ahí la cuestión. Primero debes aprender a ver. La realidad tiene tantas capas y es tan compleja. Cuando miras no significa que veas…
    Me siento muy identificado con este tipo de pensamiento. Es la foto, es el arte la imagen? La superficie?
    Habría que dedicarle un comentario aparte al tema de los mercados del arte no?
    Muchos saludos

  2. cri Says:

    WTF??

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